Temprano en la mañana del día 28/08, durante el
rato del desayuno, repasé el itinerario, tanto de los planes previstos como de
lo que ya había realizado. Hasta este punto parecía como si se empezara a
conformar una secuencia de intercalar etapas largas (la 1 y la 3) con etapas
cortas (la 2 y la 4). De acuerdo a esas referencias, en este quinto día
correspondería una etapa larga. Pero en la realidad no tenía claro hasta dónde
llegar. Lo único seguro era que saldría de Belorado, por haber pasado allí la
noche, e iría en dirección a Santiago. Observando la altimetría de la etapa,
tendríamos unos primeros 15 km de ascenso de los cuales 11 serían relativamente
suaves (hasta Villafranca de Oca) pero continuos, y luego ya encontraríamos
zonas de un 6% hasta La Pedraja.
Chequeando también otra guía con indicación de
por dónde va el sendero y por dónde las carreteras comarcales o nacionales, me
percato de que el Camino va cerca de la N-120. Ya a estas alturas del recorrido
el hecho de no tener suspensión (amortiguación) delantera en la bici va
haciendo efecto en las manos y los antebrazos. Si bien voy calzado con dos
pares de guantes (unos primeros con protecciones de gel en las zonas de posible
mayor impacto), mi cuerpo es lo que termina absorbiendo todas las vibraciones e
impactos del recorrido en zonas donde considero que no debo dejar las manos muy
sueltas en el manillar. Para mí, las bajadas son de bastante tensión, por
exceso de precaución, para evitar resbalones o caídas. Muchos de los colegas
con los que me he cruzado o mis compañeros de esta etapa son bastante más
experimentados sobre la bici de montaña, les gusta bajar rápido y han aprendido
a hacerlo sin generar tensión en los brazos; es más, van bastante relajados de
manos pero manteniendo el control. Cada quien lo hace como quiere, como puede o
como considera que le es más conveniente para cumplir los objetivos que se
traza.
Dado que siempre soy el último en salir por mi
logística de montaje de equipaje, les dije a mis compañeros que salieran ellos
adelante, que no esperaran a que yo estuviera listo, y que estaríamos en
contacto por el Camino (habíamos intercambiado teléfonos). Pero sí coincidimos
en hacer el ascenso por la carretera, en mi caso porque quería dar un poco de
descanso a mis manos, en lo que a recibir vibraciones se refiere. Ellos tenían
claro que querían hacer noche en Burgos, pero yo aún no lo sabía; lo decidiría
sobre la marcha.
Así pues, con 16° de temperatura, debidamente
ataviado para ese clima y una hermosa y despejada mañana, abandono
Belorado según lo previsto. El hecho de que los pueblos en esta zona estén
cerca unos de otros hace que el recorrido parezca que va pasando más
rápido. Es como ponerse metas cortas que vas dejando atrás pedaleada tras pedaleada,
pero a la vez recreando la vista con los diferentes paisajes, como esta mañana,
por ejemplo, pasando entre campos de girasoles que producen una atractiva gama
de colores en el panorama.
Una vez en Villafranca de Oca comienza la parte más
empinada de la subida. No es una pendiente muy fuerte, pero es larga, unos 4 km
en los que lo mejor es poner una cadencia de pedaleo constante y dejarse ir. Ya
en la parte más alta me comunico con los compañeros a ver por dónde van y,
ciertamente, me llevan una ventaja de unos 20 minutos, por lo que aprovechando
que empieza el terreno favorable, apretaré un poco a ver si los alcanzo en
alguna parada.
Me detengo en Agés para averiguar, pero me llevan unos 4 km, por
lo que decido tomarlo con tranquilidad, saborear un cafecito y pasar por frente
al albergue donde nos habíamos alojado en 2009 en una lluviosa tarde de septiembre.
Una tarde en la cual disfrutamos del pequeño local jugando a las cartas, viendo
un partido de baloncesto y tratando de enseñar un poco de español a una
peregrina coreana que se nos había unido. Emotivo instante transportado
mentalmente a un pasado medianamente reciente en un pueblo que he visto
con más actividad y oferta al peregrino que en la anterior ocasión.
Nuevamente me monto en la bici y a continuar el
pedaleo. Aún quedan unos 22 km hasta Burgos que, según el perfil de etapa, se
presentaba todo favorable. Sin embargo, la memoria no me recordó que tras pasar
Atapuerca viene un complicado y empedrado ascenso de casi 2 km en los cuales no
quedó otra que poner pie a tierra y empujar la bici. Empujar en una cuesta lisa
no es demasiado inconveniente, pero cuando toca hacerlo esquivando surcos en el
terreno, piedras, escalones, raíces etc., los 10 o 12 kilos que llevas en la
parte trasera de la bici son un lastre que te hace ir hacia abajo, por lo que
hay que hacer un esfuerzo para ir subiendo. Es parte del reto, del camino, esa
cuota de sacrificio y sufrimiento que toca de cuando en cuando, pero que con
ánimo y alegría se va llevando. Y en muchas partes del camino ocurre que tras
una gran subida vendrá una generosa bajada para recuperar, pero de la misma
forma en ocasiones hay bajadas largas en las cuales se recupera tiempo, se
descansa, pero también piensas en qué tipo de cuesta vendrá tras tan delicioso
descenso.
Y paso a paso se termina el duro y empedrado ascenso a
Olmos de Atapuerca. La llegada a la cruz permite tomar un respiro y observar el paisaje, hacia atrás para ver lo recorrido y superado, y hacia adelante los campos de cultivo entre los cuales se producirá el descenso hacia la ciudad de Burgos que ya se aprecia a la distancia pues solo faltan 15 km para llegar a ella. Aún queda mucho que pedalear hasta
entrar en la gran ciudad, pero ello se hace llevadero. La primera parte del descenso es de un poco de cuidado por la presencia de mucha piedra suelta y hay que evitar caidas innecesarias por querer acelerar la marcha.
Al fin se llega a la ciudad de Burgos, pero desde el lugar por donde se accede hasta la zona de la Catedral hay unos 8 o 9 km por amplias calles y avenidas. Siguiendo las indicaciones y con algo de orientación y de memoria, llego al centro encontrándome antes con la emblemática estatua del Cid Campeador, con la de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden dominicana y patrono de la provincia de Burgos, y por último accedo a la gran plaza donde está la Catedral de Burgos. Desde allí me comunico con los colegas y como ellos ya se han registrado en el albergue municipal, quedamos para comer juntos. Por la hora y por cómo me sentía, mi intención era continuar otro rato después de comer y reposar.
Alrededor de las cuatro de la tarde me despido
de los compañeros, hacemos foto de grupo y me apresto a intentar llegar a Hontanas, o sea, sesión vespertina
de 30 km, aprovechando que la luz de los días dura hasta cerca de las 20:30 o
21:00.
Dado que hay pueblos intermedios, voy llevando el recorrido por partes y
pensando que en caso de decidir parar, habría sitios donde hacerlo y proseguir
al día siguiente. Pero todo el trayecto se hace relativamente sencillo y se van
pasando los kilómetros con entusiasmo, la temperatura es buena, el cielo y el sol también contibuyen a hacer atractivo el recorrido.. Entre Hornillos y Hontanas hay un
pequeño repecho y justo en ese punto me consigo al “team italiano”, a quienes
hacía unos días no veía. Les comenté que yo pararía en Hontanas (habiendo
rodado ya 80 km) y ellos seguirían hasta Castrojeriz (otros 10 km), pues habían
hecho noche cerca de Agés.
El albergue en Hontanas, El Puntido, estuvo muy
bien. Buena atención, buena instalación, amplio y con una vista muy bonita
tanto al atardecer como al amanecer. A la hora de la cena coincido con dos italianos que iban a un ritmo de 120 km cada día y, además, con un perrito en una cestita... También un grupo de jóvenes multinacionales que se han ido conociendo por el camino, entre ellos una chica búlgara que quiere que le hable en español para ella seguirlo practicando. Al rato llega un francés que había vivido en tres países suramericanos (Colombia, Venezuela y Brasil), con lo cual se hizo amena la hora de la cena, como suele ser. Tras la cena y antes de irme a dormir, subí al mirador que tiene el albergue y desde donde, al no haber luminosidad de ciudad, se apreciaba un espectacular firmamento oscuro impregnado de miles de puntos blancos. Deliciosa manera de culminar una jornada.
Por la mañana (día 29/08) ya a las 8:30
estoy rodando por los senderos de la Comunidad de Castilla y León, donde casi
no hay ni árboles donde refugiarse (sobre todo en verano), pero que desde
determinados puntos altos ofrece unas vistas hermosas a pesar de no tener tanto
verdor como en las tierras navarras o gallegas.
Un primer ascenso y descenso pedregoso hasta Castrojeriz, luego otro tramo de 3 km al 12% con una bajada sobre superficie de cemento al 18%, son parte del recorrido inicial de la mañana. Una parada casi obligada para oxigenar un poco tras una bonita subida en Alto de Mostelares, también para un café calentito y fotos, y a continuación senderos sencillos donde se avanza bien y rápido manteniendo siempre, al menos en mi caso, la prudencia de pasar despacio junto a los peregrinos que van a pie, a fin de no levantarles polvo e incomodar su andadura. Y, cómo no, a todos y cada uno de los que voy pasando el saludo peregrino: "BUEN CAMINO".
Ya por la tarde decido salir de los senderos y
rodar por carretera para dar otro rato de descanso a las manos y las muñecas.
Hago una parada en Ledigos para un cafecito vespertino (eran aún las 16:00
horas) y allí volverme a montar en la bici me produce con una rara sensación.
Comienzo a revisarla y en principio no noto nada, pero enseguida me percato de que
la rueda delantera va floja de aire. Curioso, porque no sé cuántos kilómetros
llevaría así y por esa zona no hay gasolineras donde llenarlas. Toma relevancia
la decisión de ir por la carretera y no por los senderos, ya que en caso de un
pinchazo, en el asfalto la rueda sufre menos. Ya he avanzado 24 km desde Carrión
de los Condes y, aunque hay dos pueblos intermedios, lo sensato parece ser
continuar a Sahagún, pues con la bomba manual no es mucho más lo que se puede
inflar. Así que a pedalear con calma y serenidad vigilando en todo momento la
rueda delantera, que siento que no da dificultad de control de la bici y parecía
que la falta de aire estaba "estabilizada", por lo que opto por ir
acelerando un poco y tratar de llegar a Sahagún lo antes posible.
Sobre las 17:30 entro en esa villa y el primer
albergue que veo "me suena" de haberlo visto en las guías y decido entrar,
hospedarme y averiguar sobre alguna tienda local de bicis, en caso de necesitarla.
En el albergue me facilitan un bomba de inflado de pie con la que es más fácil
hinchar las ruedas. Al terminar este proceso se produce el reventón de la
válvula de inflado de la cámara (tripa), lo que explica que fuese perdiendo
aire poco a poco. Así que cambio de cámara, nuevo inflado y en unos minutos ha
quedado todo resuelto para poder continuar al día siguiente. Resultó acertado
haber continuado hasta esta población, así como parar en este albergue amplio,
de gente amable y cerca de todo. Me encuentro en el albergue con
Javier, un bicigrino de Amorebieta con quien había coincidido en algún albergue
anterior, pero no habíamos conversado. En esta ocasión éramos vecinos de litera
y por circunstancias del propio Camino coincidimos luego en varios puntos y
resultamos buenos compañeros de viaje en los tramos que hicimos en equipo.
Tras la rutina de llegada, un paseo corto por Sahagún hasta el supermercado a comprar algunos víveres para cena y desayuno y a dormir temprano.
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