Martes 03/09, día de la etapa final de este Camino,
que transcurrirá entre Melide y Santiago de Compostela. 53 km nos separan de la
plaza del Obradoiro y de dar el abrazo al Apóstol Santiago, según manda la
tradición. En vista de que son "pocos" kilómetros y es el último día,
me levanto un poco más tarde y alrededor de las 07:00 horas ya estoy en pie. La
mayoría de los peregrinos que estaban en el albergue ya se han marchado, pues
para ellos que van andando aún les quedan dos jornadas.
Aprovecho el momento del desayuno en el comedor
del albergue para hacer un poco de revisión de lo que han sido estos once días
previos desde que salí de casa, revivir mentalmente las situaciones y los
momentos vividos, tanto individual como colectivamente. Parece lejos el día de
subir desde San Juan Pie de Puerto a Roncesvalles y comprobar que sí que era
factible de hacer. En ningún momento fue sencillo, pero si factible. Recuerdo,
por haber vivido esa etapa a pie, que en los días previos a iniciar el Camino,
ese ascenso me quitaba el sueño, me generaba dudas por la implicación de su
dureza y por no haber rodado nunca con alforjas ni cargando equipaje, lo que en
el momento de las subidas difíciles es un lastre que más bien empuja hacia
abajo (hacia atrás). Recordar que ese día hubo momentos de empujar la bici y su
peso por aquellas cuestas y que "sencillamente" había que ponerle
calma y serenidad al asunto, que el Camino es una prueba de resistencia pero
solamente con uno mismo, que cada metro que avanzaba era un metro menos que
faltaba por recorrer y, por lo tanto, algo más cerca estaba el destino final
propuesto. Tomaba fuerzas al saber que ese sería el día más duro pero sabía
también que serviría para recargar el espíritu con las energías de la
naturaleza, de sus campos verdes, de sus animales pastando libremente o de aves
volando; de otros peregrinos que, de igual manera, se esforzaban por avanzar
metro a metro, de inesperados pero agradables y agradecidos compañeros en bici
que, indudablemente, contribuyeron a superar esa y las restantes etapas.
Recuerdo en este momento unas palabras que me dijeron los dos ciclistas
italianos con los que rodé hasta Pamplona: "Raúl, si no hubiéramos
contactado contigo en la oficina de peregrinos de San Juan Pie de Puerto, seguramente
habríamos ido por la ruta "suave" a Roncesvalles, y no habríamos
podido recorrer esta dura etapa, con lo cual nos habríamos
perdido estas maravillosas vistas, paisajes y senderos". Una vez
llegados a Pamplona, al pie del monumento de los encierros en el Paseo Carlos
III, les dije: "Tal vez, de no haber coincidido yo con ustedes, no
habría venido el primer día hasta Pamplona. Creo que hicimos un trabajo de
equipo y nos beneficiamos todos".
Recordar que, si bien había tenido dos averías
de cámaras (tripas), podía decir que había salido bien del Camino,
pues conocía de averías y problemas de otros ciclistas que habían sido de mayor
trascendencia que las mías. Eso alegra y estimula, aunque hay que mantenerse
cauto y alerta. Habían sido más o menos 750 km dando pedal, andando por carreteras,
senderos, pueblos, aldeas y ciudades, por los cuales, en muchos casos, ya había
pasado antes, y eso traía a mi memoria anécdotas, pero también me daba cierta
experiencia para poder orientar a otros que estaban en su primer Camino, y darles
algunos datos que les fuesen de ayuda, de la misma manera que lo fueron para mí
los que me dieron en aquellas zonas que hasta la fecha no había conocido.
De nuevo regreso a la realidad del día, reviso
la etapa y la misma se presentaba como "diente de sierra". Es decir,
será un día de constante subir y bajar y, por lo tanto, a tomarlo con
tranquilidad, incluso con más que la de otros días, pues era el último y no
había apuro en llegar a una hora determinada a Santiago. Durante los preparativos
de alforjas y bici, le dije a mi compañero Javier que se fuera el adelante,
pues él ya estaba listo. Normalmente él andaba más rápido y a mí aún me quedaba
un rato de preparativos (como fue costumbre todo el trayecto). Al fin salgo del
albergue, alrededor de las 08:30 a.m., y nuevamente la mañana es bonita y
fresca, ideal para rodar en bici o para andar. Había recibido un mensaje de los
amigos italianos indicando que se habían retrasado por unas averías y llegarían
a Santiago al final del día siguiente. Otro de los compañeros con los que había
coincidido en Burgos también había enviado un mensaje indicando que él había
concluido su periplo (no tenía contemplado llegar a Santiago) y nos deseaba
BUEN CAMINO al resto.
El comienzo, desde Melide hasta Ribadiso tenía
sus cuestas, pero era mayoritariamente descenso, por lo que se avanzaba rápido.
En varios momentos, al ver lo rápido que pasaban los kilómetros, mentalmente
especulaba sobre la hora en la que podría estar entrando en Santiago, de
mantener ese ritmo. Sin embargo, como creo haber comentado en algún momento,
una cosa es que sea sencillo y otra que no conlleve trabajo. Y el Camino
siempre te pondrá a prueba hasta el final, aunque parezca que lo que queda es
corto o sencillo. Y no tardó en hacerme entrar en razón de nuevo para no olvidar
estar siempre alerta y listo para esforzar donde se requiera. El permanente
saludo de BUEN CAMINO al resto de peregrinos que circulaba, hacía que me
sintiese acompañado en muchos momentos del trayecto. Me tocó parar cerca de A
Peroxa, porque coincidió con la hora en la que un señor sacaba sus vacas del corral
a la parcela donde pastaban, y quedaba la vía bloqueada. Entretenido, vi
aquella actividad entendiendo, inclusive, que las vacas estaban en su horario, así
que los demás debíamos esperar.
Entre bosques, senderos y algún tramo de asfalto
transcurría el recorrido de la jornada. Desde la entrada del Camino en Galicia
es mucho más notoria la presencia de hitos kilométricos indicando la distancia
faltante hasta Santiago, y quizás esa especie de cuenta regresiva va animando
al peregrino. Y en cuanto uno se distraía y pedaleaba con alegría, hacía su
aparición otra cuesta exigente como indicándonos "Oye, te queda poco,
pero te lo tienes que trabajar". Por el camino me pasa en bicicleta un
chaval que circulaba bastante rápido, sobre todo en las bajadas, y que
como parte del equipaje que llevaba en la parte posterior tenía una rueda de
bici. Yo sabía que todos vamos con cámaras o con alguna cubierta de repuesto
pero no con una rueda entera. Pero, bueno, había que ver de todo. Y así,
tranquila pero trabajadamente todo el trayecto hasta llegar a Santiago,
donde se buscan las referencias que llevan directo hasta la Plaza del
Obradoiro. Al entrar allí veo una plaza donde había bastante poca gente, a
pesar que eran más o menos las 13:30. De pronto oigo que gritan mi nombre y
bajo uno de los soportales que están frente a la Catedral, y en el otro extremo
de la plaza está mi colega Javier. Vaya sorpresa cuando lo veo sentado en el suelo
mirando hacia la Catedral e hinchando una rueda. Me cuenta que pinchó a escasos
metros de terminar y tuvo que entrar en la plaza andando y empujando la bici. Increíble
pero cierto, rodar casi 800 km pero entrar en la plaza andando. Un abrazo
solidario por haber concluido bien y con salud cada uno con su propósito. Por
suerte su rodilla no le dio más molestias el resto del Camino y pudo terminarlo
exitoso.
Dejamos las bicis apostadas al pie de las
escaleras de la Catedral y entramos. Lamentablemente, para efectos
visuales, el Pórtico de la Gloria está actualmente en restauración y nos dirigimos
tranquilamente hacia la zona donde se accede a la imagen del Apóstol Santiago,
pero había mucha gente, por lo que optamos por ir a sellar la credencial y
recoger la COMPOSTELA, la certificación de haber realizado el Camino, y en la
cual el nombre del peregrino está escrito en latín. Posteriormente comenzamos a
averiguar sobre los retornos en los distintos medios de transporte (tren y bus)
y me doy cuenta de que se complicaba el asunto por las bicis. Lo que
inicialmente me habían dicho en Madrid de poder meterla sin medio desarmarla en
el tren hotel bajo una litera, no estaba permitido. Y en el bus había que medio
desarmarla, meterla en funda, etc., etc., etc. En las averiguaciones también
nos enteramos de empresas que trasladan las bicis (con alforjas, mochilas y
todo) hasta el domicilio y llegan en menos de 48 horas. Y vaya que hay variedad
de precios.
Mientras dilucidábamos qué hacer (Javier iba a
Bilbao y yo a Madrid), apareció el chaval que yo había visto por el Camino con
la rueda en su equipaje. Resultó ser que había estado en la misma tienda de
bicis de Melide donde Javier había entrado a reparar su bici y la rueda que
llevaba el chaval era la que había cambiado Javier por inservible (doblada,
rayos averiados, etc., etc.). El chaval se la llevó (sin coste alguno), porque
dijo que algo haría con ella. Terminamos los tres haciendo reserva de bus para
esa misma noche y la misma empresa nos embalaría y nos enviaría las bicis por
un precio inferior al de las otras de las que habíamos averiguado. Así que todo
resuelto en un solo lugar.
Lo siguiente, dado que viajaríamos esa misma
noche, era ducharnos y cambiarnos de ropa. Y nos fuimos hasta uno de los
albergues (Seminario menor) donde por 3 euros nos permitieron ducharnos y
cambiarnos. Coincidió que en ese albergue me alojé yo en 2007 cuando terminé mi
primer trayecto del Camino de Santiago. Ya recuperados, decidimos, más bien me
convencen ellos a mi para ir de una vez a la terminal de autobuses para
entregar las bicis, y regresamos al centro de Santiago para comer y compartir
otro rato, ya liberados de preocupaciones y estrés. Una relajante y amena
comida con buena charla tras la cual ellos se quedaron dando un recorrido por
las calles de Santiago y yo me fui directo a la estación, pues mi bus salía
antes que los suyos.
Y a las 08:00 horas del día 04/09 ya estaba de
vuelta en casa, cansado pero con gran satisfacción por haber hecho realidad
esta repentina idea, y por superar las incertidumbres que en algún momento se me
presentaron. Como quiera que tenía que comprar algunas cosas para la
nevera y la despensa, me fui al mercado y la sensación fue algo extraña, pues
después de haber estado 12 días relajado, ya entraba de nuevo en la dinámica de
los día a día de los pueblos y ciudades de más actividad. Así que, de nuevo,
tolerancia y serenidad en el quehacer ciudadano.
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