El mes de septiembre comienza con la novena
etapa de este Camino, que me llevará desde Villafranca del Bierzo hasta Samos,
unos 62 km aproximadamente. La noche anterior, tras pasear un poco por
Villafranca y cenar, el cansancio me hizo dormir temprano. Por ello, una vez
preparado todo para partir, aún tenía una visita pendiente allí. Durante la
estancia en esta población en 2007 fuimos atendidos con gran amabilidad y
gentileza por el dueño del restaurant "La Puerta del Perdón", quien a
pesar de que ya había terminado su turno de comidas, fue muy solidario en vista
de nuestro cansancio y espíritu peregrino, así que se sentó a comer con nosotros (la comida la
preparó su esposa), y logró hacer la velada aún más especial, lo que en
aquella ocasión agradecimos de corazón. Esta siempre ha sido una de mis
anécdotas favoritas porque, además, el pueblo es un lugar muy agradable para
alojarse y quedarse tras una jornada del Camino, o también para parar si uno va
de paso por la zona.
Semanas atrás, sin plantearme siquiera la
posibilidad de realizar este Camino 2013, había logrado entrar en contacto
con Herminio, el dueño del restaurant en cuestión, quien, tal como
nos comentó en su oportunidad, había consolidado su proyecto de tener también
un alojamiento para peregrinos. Por eso, en la planificación de etapas, una
parada sería en Villafranca del Bierzo y pasar a saludar en persona a estos
amigos que, a su vez también son peregrinos. Es así como de camino de salida de
Villafranca me detuve ante el hostal y toqué el timbre, y fue el mismo amigo
Herminio quien abrió la puerta. Pude conversar con él un rato, recordamos la
anécdota de 2007 y hablamos un poco de la actualidad local y del Camino, además
de sentir esa energía especial y "buen rollo" de quienes viven a lo
largo del trayecto.
Y así, alrededor de las 09:00 horas, con los 16
o 17 grados de temperatura que hacía por la mañana, emprendo camino a una etapa
en la que lo más importante sería la constancia. Villafranca del Bierzo está a
unos 550 metros sobre el nivel del mar, y O Cebreiro está a prácticamente 1.300. Los
primeros 17 km transcurren con pendiente más o menos uniforme, pero
relativamente suaves en los cuales había ascendido unos 200 metros de desnivel.
Una parada en Vega de Valcarce a tomar un café calentito con un croissant, y a seguir pedaleando, que
venía la parte más dura del día. Comienzo la subida a O Cebreiro (por
carretera) con un ritmito constante y disfrutando de un paisaje realmente
hermoso, soleado, sin nubes y fresco. En el camino, junto a una fuente, veo al
"team italiano", recargando sus bidones para proseguir. No me detuve
porque quería mantener la cadencia de pedaleo y preparar las piernas para la
parte más fuerte que aún estaba por llegar. Poco más adelante visualizo, en lo
alto de la montaña, un pueblo de nombre Las Lamas y saludo a una de las chicas
del "team italiano", que había continuado y a quien paso con el
ritmito impuesto. Aclaro que el ritmo de ascenso era de entre 7 y 10
km/h.
Sobre las 12:30 logro llegar a Piedrafita (a 1.100 metros sobre el
nivel del mar), pueblo al que suelen llegar peregrinos en bus que luego suben a
pie hasta O Cebreiro (4 km) e inician su camino desde allí. Pero los 4 km entre
Piedrafita y O Cebreiro también son en una cuesta de intensa y constante
pendiente, que con ese mismo ritmo que traía logro transitar en media hora más y
cumplir uno de los objetivos del día habiendo dejado atrás los primeros 31 km de
la jornada.
Una parada para beber y comer algo también sirve
de descanso, pues todavía hay que afrontar la subida al Alto do Poio (a 1.335 metros
sobre el nivel del mar). Desde O Cebreiro se toma un descenso de unos 3 o
4 km, se pasa por el Alto de San Roque antes de reiniciar el ascenso de
unos 6 km más, tras el cual comienza un descenso de unos 10 km hasta la
población de Triacastela, punto en el cual hay una bifurcación para ir hacia
Sarria, vía San Xil (camino directo), o vía Samos, pasando por caseríos y por
el pueblo donde está el monasterio. Esta segunda alternativa es la que les he
recomendado a conocidos o compañeros del Camino, pues me parece mucho más
agradable y bonita a pesar de tener un tramo un poco fastidioso por carretera
(más que nada para los que van a pie), que luego se ve compensado con el
hermoso sendero.
Dado que hice el descenso desde Alto do Poio por
carretera (teniendo un poco de consideración con mis manos, muñecas y
antebrazos), logro llegar a Samos a una excelente hora, las 15:00, registrarme
en el albergue que está en un lateral del monasterio y luego de la ducha y el lavado
de ropa de rigor, comer y dar una vuelta por los alrededores, coincido con
una chica francesa a la hora de la comida y, como ya conocía yo la localidad y
ella quería sacar fotos, la llevé a un parque cercano donde se encuentra la
Ermita del Ciprés. De repente encuentro a la pareja de catalanes con los que
había viajado hasta Molinaseca y comentaron que su destino final de ese día
sería Sarria, pero que estaban maravillados con el recorrido que les había
recomendado para llegar a Samos. Posteriormente dejé a la chica francesa
tomando fotos y me fui a hacer la visita del monasterio, un tanto recordada y
"escasita", y aprovechar la misa de peregrinos de las 19:30, cena y
ponto a dormir para la larga y exigente etapa del día siguiente. Como dato curioso de la visita al Monasterio está el hecho de que allí guardan una guía de peregrino en lenguaje Braille donde, a pesar de la luz existente, se aprecian los trazos de dicho lenguaje.
06:00 horas del día 02/09 y ya la mayoría de las
personas en pie. Como ocurrió todos los días, todos los peregrinos se marcharon
y solo quedaba yo preparando la bici y su equipaje. Así que mientras completaba
mi actividad conversaba con los hospitaleros del monasterio (son voluntarios
que deciden pasar sus vacaciones en los albergues de los peregrinos de manera
totalmente voluntaria). Y uno de ellos me contó una historia que le ocurrió a
su hija la vez que fue a hacer un trayecto del Camino, y que me gustaría
compartir con ustedes.
"Llegando a la
localidad de Zubiri (Navarra) se le dañaron sus botas de peregrina y le comentó
a su padre que tendría que ir a una tienda a por otras antes de continuar. Su
padre le dijo que no se preocupara por ello y que "mañana será otro día y
todo se resolverá". A la mañana siguiente se calza las zapatillas de uso
corriente que llevaba para andar por los pueblos y de pronto encuentra un par
de botas totalmente nuevas en el camino. Pregunta en el albergue y a nadie le
faltaban y nadie sabía de quién serían. Ante eso, decide probárselas y le
calzan perfectamente. Llama a su padre, le cuenta lo ocurrido y le dice que
continuará con ellas. Cuando llegó a la localidad donde tenía estipulado
concluir su parte del Camino, decide dejar las botas junto a un puente por el
que circulan los peregrinos, ya que no eran suyas y si a ella le sirvieron, a
partir de ese momento le podrían ser útiles a otra persona. En el instante que deja
las botas, dos personas extranjeras que están a su espalda, le dicen ZUBIRI,
a lo que ella responde diciendo que allí las encontró y pregunta si las botas
eran de ellos. Estas personas le comentaron que no eran suyas, que ellos las
habían encontrado en algún lugar del pueblo y al no saber a quién pertenecían
las dejaron en el lugar donde las encontró la chica".
El padre de la chica es una persona creyente, ha
realizado el Camino de Santiago y, como les decía, en sus vacaciones va a
colaborar en la red de albergues voluntarios para los peregrinos.
Sobre las 8:30 a.m. me despido de los dos
hospitaleros, personas muy amables, generosas y bondadosas, y me lanzo a la
carretera en una mañana con 12° de temperatura y bastante neblina, por lo que
utilizo el chaleco reflectante para hacerme más visible. Transito en solitario
hasta Sarria en un trayecto sin mayor dificultad. Desde esta localidad hasta
Portomarín ya el camino comienza a tener ascensos y descensos frecuentes, y
consigo ir alternando con otro ciclista con quien nunca había coincidido.
Quizás lo único destacable de este tramo fue el ver a una familia con dos
hijos, uno de ellos en coche, realizando el camino desde Sarria a Santiago.
Luego de rodar unos 33 km, alrededor de las 12:15 entramos en Portomarín,
localidad final de etapa de muchos peregrinos de a pie, en la cual decido parar
a tomar y comer algo y reponer energías para continuar en el turno de la tarde
hasta Melide (40 km), localidad gallega muy conocida en el medio peregrino por
su pulpo. Como nos habían comentado que nos sellarían la credencial en la iglesia
a partir de las 13:00 horas, ese lapso de tiempo es perfecto para descansar.
Y para mi sorpresa, terminando de comer, veo que
llega hasta la iglesia mi compañero Javier, de quien no había vuelto a saber
desde Astorga, donde se lesionó. Me contó que al día siguiente se sintió bien y
se "pegó un palizón" de casi 120 km entre Astorga y Triacastela (subida
a O Cebreiro incluida) para "recuperar tiempo" y poder completar su
recorrido antes de regresar a casa. Sin embargo, al día siguiente solo pudo ir
de Triacastela a Sarria (27 km), por una avería y tuvo que pasar todo el día y
la noche allí sin poder hacer nada, ya que era domingo. Por la mañana tuvo que
cambiar la rueda, comprar una nueva (nada especial) y a media mañana comenzar a
hacer kilómetros. Por eso coincidimos en Portomarín y decidimos hacer viaje en
equipo hasta Melide, un trayecto con muchas subidas y bajadas que,
indudablemente, se hicieron más fáciles en compañía. Recuerdo en algún tramo de
bajada, donde Javier va muy rápido, haber visto cómo sus alforjas se movían cuales
"orejas de Dumbo", y él tan tranquilo. Reconozco que mi inexperiencia
en esos menesteres me hace ser mucho más cauto en los descensos, aunque he
aprendido a "sentir" la bici y casi olvidar que se lleva equipaje atrás
si está bien sujeto.
Finalmente arribamos a Melide a eso de las 17:00
horas. Vimos una tienda de bicis y él se metió a ver si lograban repararle el
disco del freno, entretanto yo
averiguaba donde estaba el restaurante del pulpo y los albergues. Entré al
Restaurant Ezequiel (muy amplio, pero muy sencillito) a averiguar hasta qué
hora servían, y al salir, una muchacha que terminaba de degustar su pulpo con
el vino, me pregunta desde dónde venía. Me acerco a charlar un poco y
terminamos bebiendo el fondo de la botella de vino que le habían servido
(albariño de la casa). Al rato salgo a vigilar la bici y aún no aparece Javier,
por lo que entro de nuevo, aunque él llega enseguida y se une a la
conversación. Esta chica, Tatiana, estaba haciendo su camino a pie y le
quedaban aún dos días para llegar a Santiago. Como a todos, ella también tenía
algo que contar. Era la historia del bastón con el que caminaba, que
en determinado momento se le cayó a un río y estaba muy difícil de rescatar por
la presencia de ortigas en las márgenes del río, pero otro peregrino consiguió hacerlo
y continuó con él. Luego nos despedimos porque ella aún quería andar unos kilómetros
más esa tarde (terminó haciendo otros seis) y nosotros ir al albergue y luego a
cenar en Ezequiel, donde coincidimos con otros dos ciclistas que Javier
conocía. Fuen una amena cena tras la cual a descansar para la etapa final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario